ESPERANZA BLACKSTONE

Fotografía del autor

No hace mucho compré un geranio porque tenía un cartel que ponía “planta antimosquitos”. Yo miraba el geranio y me daba la impresión de que era un simple geranio, quizá una variedad aromática que no conocía, pero como no tenía motivos para desconfiar, compré la planta y me fui feliz con ella a casa pensando que por fin podría dormir por las noches sin estar a la caza de ese pínfano, que no tengo ni idea por dónde se cuela pero que se empeña en chuparme la sangre todas las noches.

El asunto es que la planta falleció, pobre, a los dos o tres días, por causas desconocidas. Las hojas se secaron de repente, y no fue por falta de riego sino, tal vez, por falta de adaptación. Nada que ver la atmósfera que se respira en un tumultuoso y acogedor supermercado con la fría soledad de un hogar unipersonal. El asunto es que con la pérdida de las hojas apareció un palito hincado en la tierra del tiesto, teñido por una sustancia gelatinosa y con un inconfundible olor a insecticida. En efecto, no había adquirido una “planta antimosquitos” sino una planta que tenía por compañero a uno de los muchos productos que con su aroma alejan a los insectos, o los dejan secos.

No podemos considerar el asunto como un caso de publicidad engañosa porque en realidad, lo que en el supermercado llaman “planta” es siempre más que una planta: son sus raíces, la tierra, el tiesto y por supuesto cualquier complemento. La planta es el todo, y por eso sus propiedades no tienen que residir obligatoriamente en las hojas o en las flores. Además, de no estar conforme, ¿qué podía reclamar? La planta cumplía su objetivo, y encima, gratis: no había pagado ni un céntimo extra por el fumigante de Monsanto.

Esta anécdota me ha hecho reflexionar estos días sobre la esperanza. La esperanza que compramos pensando que es la esperanza misma la que nos va a arreglar el mundo cuando en realidad viene acompañada de un práctico y simple repelente. En el fondo, la esperanza así adquirida cumple su objetivo: acabar con las “moscas cojoneras”, esas voces tan impertinentes que continuamente nos avisan de los peligros que nos acechan, sobre el próximo declive, la presente sexta extinción o la falta de moral en determinadas soluciones de hoy para mañana.

Se trata de una esperanza sin nombre, al igual que nuestra planta, que ni siquiera tenía el subtítulo de geranio aromático; una esperanza genérica, una esperanza verde ‒como todas‒, una esperanza ecológica ‒faltaría más‒, una vulgar esperanza que sin embargo nos salvará y que se ha puesto de moda y en venta en los diferentes hipermercados de este globo achatado por los polos con rótulos como “esperanza matapesimista”, “esperanza exterminadora de utopías”, “esperanza práctica”, etc.

Esta esperanza cumple su cometido, pero no lo hace con esperanza sino con todo aquello que la acompaña. Lo mismo que nuestra famosa planta, solo que en vez de un trozo de madera nos encontramos con cientos de miles de gigantescas industrias fotovoltaicas, millones de eólicas, un inabarcable deseo sobre los minerales, una desorbitada querencia de hidrógeno ‒tan verde como nuestra planta‒ y una interminable lista de despropósitos en mar, cielo y tierra.

Esta esperanza no va a darnos fuerzas contra la brutal crisis climática, eso está claro, ¿pero acaso alguien quería una esperanza de verdad? Seguramente que si se pone a la venta una esperanza semejante, con todo lo que cuesta, no va a haber quien la compre. Y los ricos ya tienen mucha, no les hace falta ninguna, y tampoco desean una así porque conocen el sacrificio que conlleva.

En cambio esta otra esperanza, made in China con tierras raras traídas de América y África, es eficaz, barata y muy asequible ‒mi planta me costó 3 euros‒ y, además, muy llamativa ‒y eso que no tiene flores‒. ¿Qué más queremos?

La esperanza del capitalismo verde no va a durar mucho, y eso lo sabemos, por falta de adaptación al paisaje y al territorio, más que por falta de agua, que para ella siempre hay un pozo; pero esto nos debe dar igual porque de lo que se trataba era de plantar palitos matamosquitos y líneas de alta tensión esperanzadora.

La verdad, prefería esa vieja publicidad que trataba de confundir la velocidad con el deseo en los anuncios de coches; al menos era más sincera, y los coches seguían siendo coches a pesar de todo. Con esta nueva moda, acabaremos confundiendo la palabra geranio con supermercado y esperanza con Blackstone.

Una última duda: ¿es posible que mi planta haya muerto por culpa del insecticida?

Julio Fernández

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