Vista del valle del Tera y la Sierra Cabrera desde una de las estribaciones de la Sierra de la Culebra, en el municipio de Manzanal de Arriba. En la foto se puede apreciar cómo la continuidad de las masas forestales, pese a las interrupciones, ejerce de nexo entre dos ecosistemas serranos. Este paisaje abierto y arbolado, en el que no es destacable la intervención humana, es un ejemplo de los muchos paisajes de la provincia de Zamora en los que predomina la sensación de virginidad natural, y es uno de sus grandes atractivos turísticos, además de constituir parte importante de nuestro patrimonio cultural. Foto: Luna G.
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Un error monumental que se está cometiendo en la aprobación de todo tipo de proyectos industriales en el territorio español pero especialmente en aquellas provincias en las que hay un importante sustrato ecológico conformado por masas forestales todavía en buen estado, es creer que se trata de lugares a proteger y no parte de un ecosistema, seguramente muy deteriorado, pero ecosistema al fin y al cabo, y en el cual vivimos.
La transición de una idea a otra, de la idea de sistema, con su complejidad y sus interconexiones, a la idea de isla, de refugio en el que habitan determinadas especies, no es nueva y no arranca con la implantación de renovables de manera totalitaria e indiscriminada, es inherente a la propia lucha del ser humano por ganarle terreno a la naturaleza para conseguir, precisamente, que la vida de los humanos en islas-ciudades pueda ser compatible con el paradigma de un mundo cada vez más globalizado.
Hemos arrinconado a los seres vivos en territorios delimitados artificialmente, en la creencia de que esta es la manera de protegerlos cuando en realidad lo único que estamos haciendo es encarcelarlos dentro de zoos gigantes.
Aun así, y siendo conscientes de la trampa que consiste en aislar los espacios protegidos, una y otra vez el ecologismo se ve en la obligación de defenderlos a la par que el falso progreso que se ha institucionalizado como auténtico trata de ningunear su importancia. Este es el único sentido de hablar de masas forestales concretas y no de una masa forestal mucho más amplia que incluya en su interior elementos que dejaron de ser forestales hace tiempo. Sería importante hablar no ya de espacios como la reserva regional de caza de la Sierra de la Culebra, o del parque natural del Lago de Sanabria y alrededores, sino de un oeste zamorano en el que reina una masa forestal importante, constituida por las distintas especies que se han adaptado a los diferentes climas y suelos existentes, y que es fruto de un contexto cultural y de unas decisiones políticas e históricas que favorecieron en su día el minifundio y una economía de subsistencia que obligaba a los habitantes a mirar al paisaje no solo como lugar a explotar sino como reserva de recursos naturales.
Sería magnífico, como decimos, que se comenzara a comprender que no basta con aislar los lugares protegidos sino que es preciso extender las fronteras de los mismos a las zonas de influencia, dándole de esta forma auténtico significado a términos como reserva de la biosfera, zonas de interés comunitario, etc. para que de esta manera cuando hablemos de masas forestales escapemos como el rayo de asociarlas al concepto de parque recreativo.
Aun así, insistimos, en la mayoría de los casos no queda otra que defender estas masas forestales como espacios independientes, aceptando este posicionamiento como un mal menor, en especial cuando estas masas han quedado realmente aisladas y funcionan de verdad como refugio para la fauna. Es muy importante, por ejemplo, el papel ecológico de los sotos y alamedas, incluso las de origen antrópico, en la función de fijar los márgenes fluviales y en la creación de pasillos vegetales que sirvan para el anidamiento de aves y como hábitat de numerosas especies. Como son importantes, de igual manera, todos aquellas motas cubiertas por pinares que jalonan el paisaje asolado de la meseta castellana.
Mención especial, en este sentido, merece el Monte del Raso en Villalpando, la principal masa forestal en toda Tierra de Campos. Su carácter comunal, en el que se adscriben 13 municipios distintos, constituye un relato vivo de lo que fue en su día el rasgo comunero de la Castilla medieval, siendo su conservación consecuencia directa de esta circunstancia socio-política. Poblado en la antigüedad por encinas, el monte sufrió la paulatina roturación para uso agrícola a lo largo de los siglos, hasta llegar al año 1948, en el que los alcaldes de los pueblos de la mancomunidad acordaron, de acuerdo con el Patrimonio Forestal del Estado, plantar de pinos 1.500 has.
En la actualidad, en el Raso conviven pinos pinaster, pinos piñoneros y carrascas, conformando una isla-refugio de gran valor dentro de la estepa cerealista, y en la que habita una rica avifauna: cernícalo primilla, halcón peregrino, milano real, aguilucho ratonero, mochuelo, lechuza, etc., además de diversos mamíferos entre los que se encuentra también el lobo.
Julio Fernández
Referencias utilizadas
- Plan Forestal de CyL https://medioambiente.jcyl.es/web/jcyl/MedioAmbiente/es/Plantilla100Detalle/1131977737133/Texto%20Generico/1131977737027/Texto
- Atlas forestal de Castilla y León. Tomos I y II. Editorial Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Turismo, 2007.
- Montelarreina, un bosque acosado. Javier Talegón, José A. Hernández, Marcos Martín, Abel Bermejo y María Martín, Asociación Zamorana de Ciencias Naturales. Revista El Ecologista nº 83, 2014
- Blanco, E. y otros. (1997), Los bosques ibéricos, ed. Planeta.
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