ELOGIO DE LA VACUIDAD

Vista desde el Oeste del Lago de Sanabria. Camino del Cordel Sanabrés. Fotografía de Lantur en Wikimedia Commons.

Una de las paradojas que sigue sin resolución es cómo la gravedad tiene lugar en el vacío absoluto, como consecuencia de una deformación de la geometría del espacio-tiempo pero sin unión física entre las materias de los cuerpos que la sufren.

Según la teoría de la relatividad, lo que supuestamente vemos como cierto: la caída de una piedra en el agua, el despliegue de las alas de un águila para vencer la atracción del suelo o el flujo de las mareas gracias a la fuerza gravitatoria de la luna, resulta que no es más que una ilusión: los cuerpos se atraen porque existe una masa que altera la dimensión en la que se encuentran.

Dicho así, podría parecer que hemos acabado de un plumazo con la paradoja de la que hablábamos, pero no, la teoría de la relatividad no la resuelve, sigue sin resolver cómo la gravedad actúa en el vacío; solo da una explicación coherente con los hechos, como también la daba en su día Newton, pero de una forma más avanzada aunque sin entrar a responder la pregunta del inicio: si la materia deforma el espacio por el que se mueve en el tiempo, cómo es que ese espacio está vacío.

Una de las respuestas posibles es que lo que llamamos vacío, porque en él supuestamente no hay “nada”, en realidad es un “lleno”, pero un “lleno” que se manifiesta en otra dimensión distinta a la que vivimos. ¿Es posible que la gravedad, ese fenómeno que posibilita la vida en nuestro planeta, sea la cara en blanco de un papel que, por el otro lado, es completamente negro, completamente colmatado y denso? Siguiendo esta teoría, como seres de este mundo experimentamos el vacío a nuestro alrededor, pero si pudiéramos darnos un paseo por el otro lado del papel, ni siquiera podríamos movernos; y sería esa “gravedad” del otro lado, su materia oscura, lo que nos obliga a movernos por la superficie de vacío sin poder escapar.

Si así fuera, todos los planetas del universo estarían unidos como si fueran un solo cuerpo, pero no en la cara visible sino en la otra, la que no vemos; y de este modo, no sería la materia ni la energía las causas de la gravedad, sino el vacío como condición imprescindible. Sin vacío no habría fuerza, no habría vida, no habría destino.

Y ahora viene lo importante: estamos construyendo una realidad cada vez más llena, cada vez más repleta de energía y de materia. Las ciudades se expanden, la colmatación amenaza con convertir en industria todos los rincones. El vacío desaparece, ¿podrá sobrevivir la gravedad en estas condiciones?

Cuando viajas por provincias como la de Zamora, con sus paisajes abiertos y su inmenso vacío, te das cuenta de la importancia que tienen las cosas que caen por su propio peso: las manzanas maduras con gusanos incluidos, la lluvia o el granizo, el agua cuando corre por los arroyos. Que nadie se equivoque, todo es gracias y por culpa del vacío. Las maravillas que acontecen, todas, incluso la maravilla de un aire puro, el poder ver las estrellas en mitad de la noche, o el silencio, ese silencio atravesado por el ulular de una lechuza, todo eso, no sería posible sin vacío; y también esto da respuesta a la pregunta anterior: no, la gravedad no sería posible sin vacío, como no sería posible el caminar y sentir los pasos en la tierra, el pensamiento pausado y con peso.

Es curioso que, salvo la especie humana, todas las especies de este planeta tengan clara la importancia del vacío, la importancia de delimitar sus propias poblaciones para que los ecosistemas puedan funcionar. Incluso en lugares selváticos y salvajes donde, aparentemente, reina la turbulencia y la plenitud sin límites, el vacío es justo lo que permite su existencia: ese vacío en forma de viento que conecta las arenas del desierto con las copas más altas de los árboles.

Intentar llenar el mundo de materia es un error absoluto, un error de dimensiones catastróficas y que no solo está cambiando el clima y las formas de vida, está cambiando nuestra percepción de la gravedad, está anulando la necesidad de acercarnos: las personas entre sí, al paisaje, a la fruta de los árboles con nuestras manos, a la vida más allá de un reconocimiento mnemotécnico a través de la aplicación de un móvil.

Llenar el mundo con materia, con casas, con carreteras, con pantanos, con torres de alta tensión, con energía y con desiertos de espejos es anular el vacío que nos aproxima a ese imprescindible estar en el mundo, ese vacío que, sin ser productivo, es esencial para que el blanco del papel sobre el que habitamos no sea tragado por la otra cara, justamente por la acumulación desproporcionada de materia y energía en este lado que vemos. Es justo que reine el vacío, es justo que los pueblos sigan siendo pueblos, y no grandes ciudades, para que el campo siga siendo campo y no el lugar de donde procede la energía de nuestros enchufes. Es justo y también es lo único que deberíamos anhelar realmente: el vacío.


Julio Fernández



Comentarios