Cambio de paradigma


En nuestro país, las anteriores experiencias de crisis manifestaron en su día que la cooperación familiar ha sido uno de los mayores amortiguadores sociales.

Las familias están caracterizadas por valores de solidaridad y apoyo mutuo que también hemos visto en las comunidades de vecinos, barrios y pueblos cuando las situaciones se vuelven difíciles. De las crisis actuales podemos concluir que los hogares son el lugar donde se organiza la economía de subsistencia y donde se establece la primera unidad de bienestar. El territorio doméstico, y por ende la familia, es el lugar donde la crisis termina internalizándose.

Los valores tradicionales de solidaridad de la familia han dirigido las repuestas que las situaciones de urgencia de la crisis del COVID demandaban, pero hemos visto cómo al acabar esta urgencia imperaban nuevamente los parámetros capitalistas y la supremacía del mercado. Mientras las familias racionalizamos la energía y los alimentos, las grandes corporaciones han continuado llenando sus bolsillos de tal forma que la crisis global ha repercutido solo en la economía familiar. Las crisis traen consigo grandes consecuencias para los hogares, como disminución de los ingresos entrantes y subida cada vez más creciente de los precios, lo que lleva a las familias a recortes en necesidades básicas como los alimentos.

Para no seguir cayendo en las exigencias del crecimiento del capital mientras que la familia sigue siendo la primera en recibir los golpes de las crisis, se hace necesario un cambio de paradigma que ponga la vida en el centro. También se hace necesario un regreso al comunitarismo, como en el caso de la energía a través de las comunidades solares. Por esto, es imprescindible educar a nuestros hijos e hijas en la importancia de ser capaces de vivir en comunidad y compartir; y proveerles de herramientas y refugios antes las crisis venideras. Asociarse y participar en movimientos ciudadanos de transición y educar en valores como compartir y la solidaridad tan contrarios a los contravalores que imperan hoy en día como la individualidad y la competencia. Nos enfrentamos a un gran reto debido a la enorme dificultad de educar en un mundo donde el bombardeo de la mercantilización de la vida es constante. Los medios de comunicación y sobre todo las redes sociales, fomentan el consumo rápido y la adicción a las nuevas tecnologías, tratando de convertirnos no en mejores seres humanos sino en mayores consumidores.

Por otra parte, a nivel global las mujeres en los hogares capitaneamos la logística de los cuidados y la economía familiar teniendo que batallar con los presupuestos y el bienestar en el hogar. La precarización de los servicios básicos afecta en mayor medida a las mujeres, al estar ligadas a las actividades de trabajo de cuidados, doméstico y comunitario. Esto conlleva además una externalización de los costes que no asume el capital sino el cuerpo de las mujeres.

De esta forma encontramos un enorme paralelismo entre el abuso a las mujeres y a la Tierra, viendo cómo en ambos casos hay una gran explotación en pos de los beneficios económicos. La falta de valores educacionales que nos permitan poner en valor nuestro hogar familiar, así como nuestro hogar planeta, nos ha llevado sin duda a esta situación de crisis climática y energética que se deriva de una falta de respeto por aquello que nos sostiene y nos provee de alimento, que es la Tierra.

La sociedad de consumo que fue planteada en 1955 por Victor Lebow como solución a la crisis económica de aquel momento decía: "Nuestra economía enormemente productiva... pide que hagamos del consumo nuestra forma de vida, que busquemos nuestra satisfacción espiritual, nuestra satisfacción del ego, en el consumo... necesitamos cosas consumidas, quemadas, reemplazadas y descartadas a paso acelerado." Esta filosofía de vida nos ha llevado a la situación planetaria en la que estamos hoy y es fácil entender que esta no es la forma en que deberíamos educar a nuestros hijos e hijas. Es nuestra tarea educativa formar personas conscientes que no participen del paradigma de la sociedad de consumo sino en un sentido de pertenencia y amor a la Tierra. A su vez podemos unirnos a movimientos como madres por el clima y reivindicar políticas que pongan de una vez la vida en el centro y no en la satisfacción de la codicia y el ansia de poder de algunos.

La Tierra, paciente y generosa nos sostiene a pesar de que la pisamos y construimos en ella; en cambio, si la cuidamos y cultivamos nos ofrece alimento y agua limpia. El cambio que necesitamos no se trata solo de una reivindicación a nuestros gobiernos sino también otra forma de entender nuestra existencia porque quizás no nos han enseñado que solo somos una especie más, y que romper la armonía es romper el equilibrio ecológico. La educación tiene que basarse en esta interdependencia y tiene que emanar de la sociedad entera y no solo de los colegios. Se trata de un cambio de paradigma: del individualismo al cooperativismo y del materialismo al amor y respeto a la vida y la Tierra.


Alicia Fernández Pascual
Zamora en Transición

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