CURUNDA SÍ EXISTE Y SE LLAMA BIODIVERSIDAD


Robles y otros caducifolios que resistieron los embates del fuego entre Villardeciervos y Villanueva de Valrojo. Foto: Cristina Zelich

Conocemos de forma documental la existencia de los Zoelas gracias a una tabla que se encuentra en el Museo de Berlín y que recoge un pacto de hospitalidad entre los pueblos firmado el año 27 d.C. en la capital de los Zoelas, Curunda, cuya localización se desconoce pero que los historiadores sitúan en las cercanías de la Sierra de la Culebra, probablemente en Aliste. Tanto durante la presencia de este pueblo astur como en las sucesivas incursiones celtas y la propia romanización, se cree que la relación del ser humano con el medio fue muy poco agresiva, en parte debido a que la densidad de población era muy baja, consistiendo la mayor afrenta para la flora la extracción de carbón vegetal para las numerosas ferrerías.

Esta falta de agresión hacia el medio se mantuvo durante la ocupación visigoda y el proceso de repoblación tras la “reconquista”, de forma que la Sierra de la Culebra llegó hasta el siglo XVIII con una gran abundancia en bosques, en especial robledales. Es a partir de esta fecha cuando comienza a ejercerse una auténtica presión sobre el medio mediante la roturación de tierras, la tala continuada de los bosques y sobre todo: la quema de los mismos para dar paso al monte bajo, mucho más útil de cara al pastoreo.

El fuego, unido a la apertura de amplias cañadas para los ganados trashumantes, fue la principal herramienta de adecuación del paisaje hasta mediados del siglo XX. El fuego tiene la facultad de ir mermando la proliferación de los árboles, al tiempo que nutre el suelo de nitrógeno; sin embargo, su abuso durante años y años, convirtió la Sierra de la Culebra en un espacio abrupto y con grandes áreas desarboladas. Resistieron, en las zonas húmedas y umbrías de los valles, retales de vegetación atlántica, y resistió el roble melojo gracias su capacidad de regeneración, pero fueron los brezales los grandes ganadores, colonizando la mayor parte de los terrenos. Y de brezales estaba la sierra hasta que comenzó la plantación de pinares en los años 50 del siglo XX, una especie arbórea amiga del fuego. ¿No da pistas todo esto sobre qué repoblación merece la sierra?

Pero si el devenir histórico de la vegetación es importante para pensar en el futuro, no lo es menos el tipo de propiedad. Muchos de los montes que conformaban lo que hoy es Reserva Regional de Caza estaban en manos del común de los vecinos hasta los años de su creación y fueron expropiados para convertir la sierra en una inmensa plantación de la que pocos fragmentos quedan sin haberse quemado en alguna ocasión.

El título de propiedad en manos de los vecinos significaría hoy, probablemente, un uso más diversificado del suelo, y la existencia, a su vez, de una mayor biodiversidad, pues aunque la masa forestal podría ser menor, se hubiera mantenido una certera simbiosis entre la actividad humana y la propia naturaleza. Probablemente, de haber seguido el uso comunal, no tendría sentido que los terrenos se dedicaran a un solo fin, por muy rentable que fuera, y habría muchos más castañares, pequeñas zonas de cultivo, zonas abiertas para pasto o colmenares, y por supuesto robledales de los que extraer leña o donde coger setas. Y todo ello repartido de manera entrelazada. No cabe duda que cabrían también los pinos, pero protegidos en medio de otros muchos usos. La sierra se articularía como una auténtica reserva natural que podría conservar un aspecto similar al que tenía en tiempos de Curunda, pero adaptada a las necesidades de las poblaciones que, contra todo pronóstico, volverían a los pueblos para habitarlos.

Curunda existe hoy todavía, y no se llama cortafuegos, se llama biodiversidad. Tan simple que no se entiende el porqué de tantas vueltas.

Julio Fernández. EEAZ

Comentarios

  1. Gracias por el artículo. Hay que presionar que no vuelvan a plantar monocultivos de pinos (o eucaliptos o chopos) en zonas incendiadas. No lo harán, ¿verdad?

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