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Senderistas recorriendo el teixedelo de Requejo de Sanabria dentro del Parque Natural Lago Sanabria y alrededores.
Se trata de una de las manchas de tejo más destacadas y mejor conservadas del país. FOTO: LOZ
(Texto completo)Es un hecho documentado que allí donde hubo asentamientos humanos, la acción de nuestra especie ha modelado todos los paisajes, incluidas las masas forestales que conocemos en la actualidad. Aunque en muchas ocasiones esta transformación resulta irreconocible y casi imposible de demostrar, lo cierto es que son pocos los lugares que de una u otra manera no quedaron marcados por la actividad del hombre.
Este acontecimiento de modificación del entorno arrancó en el Neolítico y tomó cuerpo en la Meseta con la expansión cultural céltica, siendo la romanización un hito importante en esta dirección. El reemplazo de unas especies arbóreas por otras, o simplemente la extinción de aquellas sobre las que se ejercía una mayor presión, constituye la esencia de un cambio permanente que se ha mantenido durante milenios, llegando a la actualidad.
En constante evolución, el paisaje que conocemos no es sino el resultado directo de una serie de factores que en su conjunto configuran la historia de las poblaciones que hacían y hacen uso del suelo, de la misma forma que la despoblación y el abandono de esos usos ha permitido la recuperación espontánea de amplios territorios sometidos al profundo modelado del que hablamos.
En general, y a juzgar por el estudio de los diferentes estratos en distintas zonas de Castilla y León, y en concreto en la provincia de Zamora, los bosques primigenios eran contenedores de una variedad muy superior a la que en la actualidad conservan, y ocupaban, como es lógico, extensiones mucho mayores, si bien, con algunos matices, pues aunque se tiende a imaginar la España prerromana como una auténtica selva de sur a norte, lo cierto es que las extensas llanuras del interior estaban pobladas por inmensas manadas de herbívoros capaces por sí mismas de alterar el territorio para su propia supervivencia, lo cual ciertamente daría al paisaje un parecido con la sabana africana, o con el actual adehesamiento que se observa en comarcas como Sayago. Por contra, las áreas montañosas no serían terrenos pelados capaces de albergar solo el monte bajo, tal y como llegaron a nosotros a principios del XX, sino que en ellas habitaba toda una variedad biológica de especies hoy por hoy irrecuperable.
Como botón de muestra, se cree que la extracción de madera para usos metalúrgicos fue la razón principal de la extinción del pino resinero (Pinus sylvestris) que abundaba en la Sierra Cabrera antes de la llegada de los romanos. Pero si hay un factor determinante capaz de transformar las montañas durante milenios, ese es el fuego. El fuego, principal herramienta para mantener la naturaleza a raya en favor de una ganadería extensiva que poco a poco fue ocupando todos los territorios y que con el tiempo devoró hayedos, abedulares, tejedales y cualquier otra formación vegetal que no fuera resistente al propio fuego, dando como resultado aquello que en apariencia es el estado natural de las áreas montañosas de la provincia de Zamora: extensas formaciones de brezo y roble melojo, cuando en realidad fueron estas las únicas especies capaces de rebrotar desde la tierra abrasada y en consecuencia las únicas capaces de ganarle la partida a la acción contumaz del fuego.
Al comprender la historia de los bosques nos aseguramos, así mismo, una mejor respuesta a la crisis climática desde la conservación y creación de nuevas masas forestales que puedan almacenar y capturar dióxido de carbono. En cambio, creer que cualquier nueva plantación sirve para los fines propuestos, puede llevarnos una y otra vez a la casilla de salida. Lo vemos verano tras verano en la provincia de Zamora por culpa de los incendios: los descomunales cortafuegos que masacran la sierra de la Culebra no parecen suficientes para atajar uno de esos brotes de temperaturas extremas a los que, cada vez con mayor frecuencia, se expondrán estos montes en los años venideros.
La solución no está en dar pasos en falso de manera reincidente sino en gestionar las masas forestales, tanto las existentes como las de nueva creación, desde un punto de vista histórico, recorriendo el camino iniciado hace miles de años pero en sentido inverso. El primer paso urgente consiste en observar con atención aquellos bosques que han perdurado desde tiempos inmemoriales, ya sea por su situación orográfica o porque fueron acotadas de forma trascendente en algún momento de su historia. Observar el teixedelo de Requejo de Sanabria para comprendiendo su supervivencia poder garantizar condiciones similares en otros valles de la Segundera. Observar el enebral de Cozcurrita o el jimbral de Fermoselle para imaginar cómo podría ser una auténtica regeneración de la foresta en la provincia de Zamora, mirando hacia un futuro que no puede situarse en lo inmediato sino en la lejanía temporal que la propia naturaleza necesita para comenzar a recuperarse.
Julio Fernández
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