Globos barrera de hidrógeno junto a los buques del desembarco de Normandía. Junio 1944
Cuenta Oliver Sacks en su maravilloso “El tío Tungsteno” su fascinación por los gigantescos globos de hidrógeno y sus colas trilobuladas que flotaban cautivos de cables de acero sobre los cielos de Londres durante la Segunda Guerra Mundial como un medio para impedir el vuelo de los aviones enemigos. A todo el mundo le encantaban esos globos e invitaban al optimismo con su elevación.
El capitalismo tardío está experimentando la misma fascinación que aquel Sacks de diez años, pero con los achaques propios de un sistema agonizante que necesita un cable al que agarrarse para evitar el desastre.
Estamos viendo estos meses que el H2 se ha convertido en el bálsamo de Fierabrás, aquel remedio mágico de la literatura caballeresca medieval que inmortalizó Cervantes en el Quijote, para conseguir con él aquel sueño de El Príncipe del Gatopardo: “cambiar todo para que nada cambie”
De seguir por esta senda marcada por los lobbys de las multinacionales energéticas, el hidrógeno será el refugio para la continuidad y la perpetuación del gas fósil (mezclado con un máximo del 6%-10% de hidrógeno), expandiendo una red de gasoductos que se convertirán en activos financieros obsoletos en pocos años y cuya deuda se pagará vía tarifa eléctrica.
No hay voluntad de cambio ni de transformación, pero a todos les permite vender el relato del liderazgo climático, a la vez que se cierra la puerta a los debates necesarios que deberíamos tener.
Si se quiere apostar por una transición realmente verde y justa, antes que invertir miles de millones en una tecnología aún inmadura, poco eficiente e incierta según los expertos, hay que promover el ahorro energético, rehabilitar el 90% de viviendas ineficientes, mejorar la eficiencia de los equipamientos y sobre todo reducir el consumo. Nada que ver con los intereses del sistema.
Los globos de hidrógeno que tanto fascinaban a Oliver Sacks fueron también los que vemos en las imágenes del desembarco de Normandía. Tuvieron su eficacia, pero no fueron la solución. La solución estaba en el empuje de toda la ciudadanía de unas sociedades democráticas que ponían toda la maquinaria económica y social al servicio de la derrota del fascismo. El reto ahora es muchísimo más grande, y ya no hay tiempo para las rebatiñas de los bautizos, aquellas de las que siempre se apropiaban los mismos. Salir cuanto antes del capitalismo y decrecer sin dejar a nadie para atrás es lo único por lo que podemos apostar para evitar lo peor de lo que viene.
Ángel Encinas Carazo. EEA Zamora
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