ABRUMADORA VICTORIA EN LA BATALLA POR MONTELARREINA


Montelarreina. Foto: Javier Talegón

Uno de los asuntos más sorprendentes de la desamortización de Madoz fue el hecho de catalogar aquellos montes de utilidad pública que de ninguna manera podían ser desamortizados. A pesar del expolio que supuso para los bosques todo el proceso de desamortización, tenemos que reconocer como un gran avance en la defensa del medio natural lo ocurrido aquel día 8 de octubre de 1855 cuando la Junta Facultativa entregó el informe de lugares a proteger, perfectamente delimitados mediante unas técnicas que hoy por hoy sorprenden a los agrimensores contemporáneos. Nacía así un espíritu conservacionista precisamente en aquella España que cedía a los intereses de privatización de los montes públicos y en manos del común de vecinos.

Tampoco entraban en aquel proceso expropiatorio aquellos terrenos que servían al ejército de campamento, como fue el caso de Montelarreina, unos terrenos que seguirían funcionando como campo de tiro hasta años recientes, permitiendo de este belicoso modo la pacífica subsistencia de una masa forestal de una importancia ecológica extraordinaria en medio de la árida soledad de Castilla.

Lo cierto es que el nombre de Monte la Reina se debe a que justamente allí fue donde acamparon las tropas partidarias de Isabel la Católica en la decisiva batalla de Toro por la sucesión del reino de Castilla, y en la que se enfrentaron las tropas de los partidarios de Juana la Beltraneja comandadas por Alfonso V de Portugal y el príncipe Juan, a las tropas de los recién casados Isabel y Fernando. Esta batalla, de resultado bastante incierto según los historiadores, fue ganada mediante un golpe magistral de propaganda política. Al tiempo que la nobleza portuguesa se dejaba imbuir por la saudade causada por aquella batalla librada entre la lluvia y al atardecer, Fernando enviaba cartas proclamando la rotunda victoria al resto de nobles de Castilla, de manera que a falta de información manipulada, el boca a boca de la época dio por auténtica la verdad emanada de aquellas cartas, y admitiendo su derrota, los portugueses regresaron a su corte atlántica.

A día de hoy, Montelarreina continúa sin una protección adecuada. No solo no aparece en el inventario de montes de utilidad pública sino que sobre estos terrenos se ciernen unos intereses de urbanización que podrían dar fin a sus valores ecológicos más preciados. Ante este despropósito hay dos caminos: el primero consiste en resucitar el espíritu del cuerpo de ingenieros agrimensores de 1855 y formalizar la entrada en el registro de espacios protegidos, y el segundo declarar la abrumadora victoria de la naturaleza a diestro y siniestro, una victoria de los animales y las plantas frente al espurio renacer del desarrollismo inerte, para que una vez que la población en general crea que no hay otra victoria que esta, se dé por hecho, se firme el armisticio entre naturaleza y especie invasora (la humana) en lo que a Montelarreina se refiere, y como resultado se deje en paz de una vez a ese trozo de masa forestal tan emblemática y necesaria para las tierras de Toro.

Julio Fernández

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