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No son las bodas las que unen sino los entierros, oí decir en una ocasión a un paisano camino del cementerio para despedir a quien, hasta entonces, había sido un buen vecino, un buen padre, un buen amigo. Por el camino, el paisano se había cruzado con personas con las que seguramente no intercambiaba un saludo desde hacía muchos años, pero la muerte de un ser querido en el pueblo había jugado su papel de encuentro y todos se habían visto en la obligación de darse la mano y olvidar aquellos metros de tierras por los que se peleaban, o aquel desplante en la taberna, o aquella novia que me quitaste, o quién sabe qué hilo sin puntada y suelto.
Zamora se muere, o está muerta, depende de cómo se mire. Se muere si nos ponemos en el lugar de los ancianos que resisten en los pueblos, está muerta si nos ponemos en el puesto de los fondos de inversión y empresas subsidiarias de producción de energía. Al entierro y reparto de tierras han sido invitadas todas las instituciones: el Gobierno de España, la Junta de Castilla y León, y cómo no: los ayuntamientos. Y es que, la buena provincia de Zamora es querida y pretendida, tiene muchas tierras disponibles, unas fértiles, otras abandonadas y la mayoría dedicadas a la improductiva labor de ser paisaje.
Al entierro y reparto de la hermosa provincia de Zamora acuden, cómo no, los enterradores: avispadas empresas unipersonales que como aval muestran una pala y unos guantes finos. Estos tipos no son los que cavarán la tumba sino los alcaldes con la firma de los contratos, o los consejeros que permiten expropiaciones mientras se les llena la boca defendiendo a los agricultores. Acude, cómo no, el pueblo llano, pero no de forma presencial sino como telespectadores impasibles y resignados.
El entierro de la difunta Zamora cuesta una pasta, todo hay que reconocerlo. Dicen que las empresas beneficiarias de la herencia se han gastado un porrón de millones. Y que como la tumba es grande necesitará de mucho mantenimiento y que todo esto será riqueza en forma de billetes corriendo por las calles, hasta hace poco de tierra y paja y ahora de cemento de primerísima calidad. Billetes que se transformarán en ceros en cuentas de paraísos de ceros, que es donde terminan siempre.
Y al entierro se presentan, y esto sí que no se lo esperaba nadie, las plataformas ciudadanas en defensa de los territorios. ¿Pero estas a qué vienen si nadie las había invitado?
Pues vienen a lo que vienen, a impugnar el entierro, a decir que la fiesta se acaba. Mejor dicho: que no hay fiesta, que ni hay muerto ni hay tierra para enterrarlo. Que Zamora sigue viva y lo seguirá estando siempre. Y que se lleven de vuelta el féretro, la incineradora solar y el molino de cenizas de viento. Y para colmo no vienen una por una, no, vienen formando un equipo. Esto no se lo esperaba nadie. Algunas caras ya son de espanto.
Julio Fernandez
Zamora Viva
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