El entramado laberíntico de estas paredes permite el refugio de una gran variedad de vida animal. Foto: Cristina Zelich.
La técnica de levantar paredes sin otro material que las piedras puede variar según la tipología del muro del que hablemos, lo cual dependerá, a su vez, de la zona donde nos encontremos y de los materiales líticos a nuestro alcance, pero en todos los casos nos encontraremos con dos propiedades importantes: la inocuidad y la porosidad.
La primera de ellas, la inocuidad, tiene que ver con la integración en el paisaje y la ausencia de elementos distintos a los naturales presentes en el entorno. Una integración que se efectúa, en muchos casos, a modo de enclave. Así, tanto en Aliste como en Sayago es frecuente observar paredes realizadas a partir de grandes lajas clavadas verticalmente en el terreno, y que reciben el nombre de hincones (cincones, fincones, jincones...). Aunque la finalidad no sea otra que otorgar solidez a la pared, lo cierto es que este hecho propicia una continuidad relevante, al tiempo que permite que la vegetación crezca de forma contigua sin afectar a la estabilidad del muro. Además, con el paso de los años, de la pared se apoderarán plantas, musgos y líquenes, que cerrarán el proceso de fusión del muro con el propio paisaje. En el caso de los líquenes estamos hablando de un elemento de gran importancia ambiental gracias a su naturaleza simbiótica y holobionte: como hongo protege de la radiación solar y como alga es capaz de realizar la fotosíntesis, de manera que la pared puede ser entendida, en su conjunto, como un ser vivo más.
En relación a la porosidad, no es un secreto que justo en las paredes es donde mayor número de roedores y reptiles vamos a encontrar, y esto es debido al entramado laberíntico, lleno de oquedades que se produce en el interior de los muros, una vez levantados. Es común encontrar ahí especies como el lirón careto, la lagartija, el lagarto ocelado y la víbora común y la hocicuda. Pero insectos, mamíferos, e incluso aves, pueden encontrar también en ellas una valiosa protección. Además, y aunque en principio podríamos catalogarlas como “barreras”, lo cierto es que raramente impiden el tránsito de la fauna salvaje, al contrario de lo que hacen las alambradas y cercos de malla metálicas. Es más, en zonas desprotegidas y en las que para uso agrícola o ganadero no hay abundancia de arbolado, las paredes son preciados lugares de sombra en verano y de abrigo en invierno.
Inocuidad (integración) y porosidad (permeabilidad) también son factores relevantes de cara a evitar la erosión tanto pluvial como eólica. Por un lado tenemos que las paredes sostienen el terreno en los aterrazamientos permitiendo que el agua fluya a una menor velocidad y filtrándose por los muros, y por otro las paredes actúan como dunas en el paisaje en relación al viento, atenuando su fuerza e incluso acumulando partículas en su interior, lo cual acentúa sus propiedades como “escondites de biodiversidad”. Por último, y gracias también a estas dos propiedades, los cercados de piedra (cortinas) regulan la temperatura de los huertos, protegiendo a los frutos de los vientos helados del norte y refrescando la temperatura del suelo en los tórridos días de verano gracias a la sombra y el aumento de superficie vegetal.
Julio Fernández
EEA Zamora
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