Las paredes sin ligazón alguna son consustanciales a la cultura tradicional de todo el oeste zamorano. Foto: Cristina Zelich
Sin los muros de piedra seca, el oeste de Zamora perderá su identidad
Cuando en 2018 la Unesco incluía los “conocimientos y técnicas del arte de construir muros en piedra seca” dentro de la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad venía a confirmar algo que ya muchas personas sospechábamos desde hacía tiempo: el valor incalculable de una relación equilibrada entre ser humano y naturaleza, pues a pesar de su intervención en el paisaje durante miles de años, determinadas poblaciones habían desarrollado una cultura en la que el aprovechamiento de la tierra y su protección corrían de la mano.
El Comité de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco consideró que los muros de piedra seca desempeñaban un papel esencial en la prevención de corrimientos de tierras, inundaciones y avalanchas, y que eran fundamentales en la lucha contra la erosión y desertificación de terrenos, mejorando la biodiversidad y ayudando en la creación de condiciones microclimáticas propicias para la agricultura. En la lista se incluyó este arte tradicional típico de zonas rurales de Croacia, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Eslovenia, España y Suiza. En la candidatura de España se citaban nueve comunidades autónomas: Andalucía, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Cataluña, Extremadura, Galicia y Valencia. Pero incomprensiblemente no se incluyeron otras como es el caso de Castilla y León, una extensa región con una gran riqueza en formas constructivas en piedra seca, en especial en toda el área que rodea a la Meseta.
En concreto, en la provincia de Zamora levantar paredes sin ligazón alguna es consustancial a la cultura tradicional de todo el oeste, lo que incluye a las comarcas de Sayago, Aliste, Carballeda y Sanabria, pero también a amplias áreas de Tierra del Pan, Tierra de Alba, Tierra de Tábara y Benavente y los Valles. Estas paredes, que marcaban la división entre fincas y que protegían los terrenos de la invasión de la fauna, además de retener el terreno en zonas escarpadas, son sobre todo un relato de la memoria paisajística, gracias a una sencilla técnica que se mantuvo inalterable desde el Neolítico. Una técnica que no solo se limitaba a las paredes, también a otros tipos de construcciones dentro del paisaje: refugios o casales para pastores, puentes, puntones y pasaderos sobre regatos, corrales, corralizas o pariciones para el ganado, trampas o cortellos para lobos, pirrizolas, colmenares, palomares, acequias, molinos, pozos, canalizaciones...
No es exagerado decir que sin el arte de construir muros en piedra seca, las comarcas citadas perderían su singularidad y por lo tanto la identidad que las mantiene como espacios con ciertos atractivos para ser visitados. ¿Alguien puede imaginar a Sayago sin sus cortinas y cortinos? Es indudable que no solo estamos hablando de la belleza que estas construcciones imprimen al territorio sino de patrimonio etnográfico que es de obligada conservación, es decir: de aquello que configura esa especie de identidad rural que aglutina las comunidades alrededor de una forma de vida, y alrededor de una historia común. Recuperar las cortinas y cortinos de Sayago, y defender las paredes contra la inminente desaparición que implica la realización de algunas concentraciones parcelarias, es una misión que redunda en la conservación de la cultura y que, por lo tanto, podría generar también un quehacer, una labor en esta dirección, y una apertura de posibilidades de cara a la repoblación de lo rural, pues reafirmar lo rural es re-aprender a vivir en el medio aceptando las condiciones del presente y conservando su pasado.
Julio Fernández
EEA Zamora
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