Paredes asombrosas

Pared y caballo en Mámoles. Zamora. Foto: Concha San Francisco

Apenas existe algo más emocionante que observar un paisaje. Cada cual poseemos el nuestro, el que habita nuestra memoria, sesgada por las circunstancias que intervinieron en su construcción; nuestro paisaje interior, subjetivo, hecho de sensaciones y herencias culturales.

El mío es un paisaje agrario, modelado por la mano del hombre que, lentamente, ha ido transformando el territorio, tomándose su tiempo hasta dejar la huella de su obrar en la naturaleza… Hablo, claro está, de una actividad agraria anterior a la industrialización del campo, tan estéril desde un punto de vista paisajístico y tan destructiva para la biodiversidad, que hubiéramos necesitado evitarla, como el sistema económico en el que todos hemos sido embarcados sin billete de vuelta.  Hablo de un tiempo en que la vida rural estaba ligada a la propia existencia del medio natural en el que se desarrollaba, y era necesario cuidarlo, mimarlo con esmero para que precisamente siguiera sosteniendo la vida.

Esos paisajes ordenados, sometidos estrictamente a los fines previstos por la comunidad local que los creó a lo largo del tiempo, me conmueven más que la visión de una naturaleza libre y selvática. Me reconozco en ellos como parte de la humanidad, para bien y para mal, consciente de que esa tierra laboriosamente perfilada ha sido tantas veces atendida con cuidado y estima, como herida y profanada sin generosidad.

Pero así es nuestra humana naturaleza y este paisaje de paredes, muros y cercados que tanto caracteriza las comarcas del oeste zamorano habla de nosotros con vehemencia ¿Qué puede haber más humano que delimitar el espacio, marcar los confines de lo propio frente a lo ajeno? Desde que dejamos de ser nómadas, comenzó también la lucha por asegurar el territorio elegido, quizá apropiado con violencia, desgajado de los terrenos comunales que eran de todos…Y a partir de entonces, un lugar de identidad, propio o privativo, la propiedad, con cuya palabra comparten idéntica raíz.

Lo que separa estas pétreas cercas de los vallados actuales es su sentido de la medida y la humildad del material elegido para resolver la doble necesidad de limpiar de piedras el terreno y guardar la tierra cultivada, el ganado, el huerto.

Un esfuerzo titánico que nos ha dejado estas paredes asombrosas con vocación de eternidad, nuestro gran monumento paisajístico que ha llegado hasta hoy como una lección de historia cultural cuyo conocimiento resulta obligado. Aún estamos a tiempo de conservarlas si logramos impedir que se destruyan bajo las concentraciones parcelarias, las vallas metálicas o la desmesura de gigantes eólicos y parques solares que amenazan su existencia.

Pero sólo el reconocimiento de los habitantes del lugar, herederos de esa ingente obra, con el apoyo de las instituciones culturales podría mantenerlas en pie. 

Concha San Francisco
EEA Zamora


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