Vivir el decrecimiento

(Imagen imposible de acreditar su origen)

Según los datos de la prestigiosa National Footprint de 2022, la humanidad en su conjunto está consumiendo la producción de 1,75 planetas. Más aún: si toda la población mundial viviera como la media los españoles, se necesitarían nada menos que 2,8 planetas tierra.

Según numerosas investigaciones, se puede establecer un umbral de consumo energético per cápita que garantice una vida digna a toda la población, y un máximo que nos permita cumplir, tanto con las exigencias del cambio climático como con los límites de las energías renovables. Bajo una perspectiva de redistribución ecológica global, a los españoles nos correspondería asumir un descenso energético entre el 60 y el 80% entre 2020 y 2050. Algunos autores elevan la cifra al 90%.

¿Qué significa esto para nuestras vidas? Los que tenemos más de 60 años lo entenderemos muy bien si los datos nos dicen que a comienzos de los años 60 del siglo pasado nuestro gasto energético y de materiales estaba alrededor del 10% de lo que hoy consumimos.

En los primeros sesenta nuestro país empezó a superar con la ayuda de nuestros emigrantes, el turismo y las inversiones extranjeras, una durísima posguerra, y se empezó a olvidar el hambre y la penuria del día a día. En nuestras casas empezaron a entrar entonces esos grandes lujos que hoy ya no valoramos porque los damos por sentados: el agua corriente, el gas butano, el brasero eléctrico, el frigorífico, la lavadora, el televisor,...Y un pequeño grupo de acomodados se hacían con un coche particular.

Aquella era una sociedad sin libertades democráticas, pero en los pequeños círculos de las familias, los amigos o el vecindario, había espacio suficiente para la felicidad y el bienestar. Satisfechas las necesidades básicas con un mínimo de confort, se disponía de una riqueza de la que hoy tenemos graves carencias: tiempo. Tiempo para los cuidados en la familia, para los hijos, los amigos, el paseo,...

El decrecimiento que nos espera ahora supondrá para la inmensa mayoría la renuncia a buena parte del derroche que preside nuestras vidas, y nos obligará a ser austeros y comedidos, a estar abrigados en casa, a no tirar nada de comida (tiramos una media del 30%), a renunciar a los largos viajes, a aprovechar la ropa que compramos… El margen que tenemos para reducir nuestro consumo es muy grande, y no tiene por qué significar tristeza o infelicidad, porque será una oportunidad para recuperar lo perdido.

Solo hay una condición necesaria: que nadie se quede para atrás, que el esfuerzo, las renuncias y los sacrificios sean una cuestión de todos, y no de los de siempre.

Ángel Encinas


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