AL LAGO LE PASA ALGO


Cuando pasabas las curvas de Galende entrabas en otro mundo. Aquellos adolescentes que conocimos por primera vez el lago en los años 60 quedamos fascinados para siempre por su exuberante naturaleza y su enorme extensión de agua transparente. Era lo más parecido al paraíso cuando salías de las resecas llanuras de la meseta. Allí aprendimos a mirar la naturaleza como protagonista estelar, mucho antes de sentirla como la madre que nos nutre y da la vida. 

En aquel entorno nos peleábamos vigorosos con sus frías aguas y las aristas de sus piedras, y algunos aprendimos a nadar de forma asalvajada, aterrorizados por las enormes profundidades que la transparencia de sus aguas nos mostraban. 

Cuando algunos volvimos muchos años después a redescubrir nuestro paraíso, aquello ya era otra cosa. Había mejoras, claro, como los aparcamientos y los accesos, como la arena artificial de sus playitas, pero había muchísimos más coches, gente y basura, y el agua ya no era la misma. Aquella prístina transparencia había desaparecido. Al lago le pasaba algo.

Ese era el título de unas jornadas que en Ecologistas en Acción de Zamora teníamos organizadas para estas fechas de hace un año. Con un escaso año de vida, a los ecologistas zamoranos nos parecía fundamental dedicarle al lago una mirada analítica y poliédrica que nos desvelara las causas de un deterioro que solo se evidencia con claridad cuando hay lustro y décadas por medio. 

Contábamos para abrirnos los ojos con científicos críticos como Antonio Guillén y otros no tanto, pero que nos ayudaban en nuestro objetivo de contrastar posiciones y buscar alternativas. Para hablar de estas habíamos invitado a representantes de todos los sectores sociales implicados y de las administraciones públicas. No pudo ser.

Entonces y ahora nos temíamos que la gallina de los huevos de oro en que se ha convertido el lago por su potencia patrimonial, se convierta en un simple pantano más de los muchos que hay en la provincia, y con ello pierda su extraordinaria excepcionalidad natural. 

El enemigo a controlar lo conocemos: el cortoplacismo mercantilista. Tampoco ayuda nada la mirada complaciente de unas autoridades autonómicas que rehuyen las miradas de expertos independientes. 

Amamos demasiado a nuestro lago, como para que le pase algo por seguir en la complacencia de la ceguera. No nos lo podemos permitir bajo ningún concepto.


Ángel Encinas Carazo


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