9.1 El consumo de proximidad: eslabón de una sociedad resiliente ante la crisis climática.

Imagen con licencia Creative Commons Zero - CC0

A mis 9 años, mi madre me daba 50 pesetas y me mandaba a dejar los cascos en la tienda y a por dos lechugas a la huerta más próxima, donde trabajaba y vivía un labrador con su familia. Hoy, treinta y muchos años después, no se me ocurriría hacer eso con mi hijo, primero porque enviar a un niño a comprar a un lugar no muy cercano sería considerado una temeridad y, segundo, porque sería complicado que encontrara dicha huerta, cuyo rico suelo está con mi recuerdo bajo el asfalto de la calle Puerta Nueva. 

Mucho han cambiado las cosas desde entonces, pero en ese acto cotidiano de mi infancia, concurren dos: La movilidad y el consumo. Ambas están en la base de la definición de nuestro estilo de vida actual, modelada con rápidos cambios que el sistema económico capitalista ha practicado con estrategias profundamente transformadoras, prodigando el crecimiento ilimitado como única alternativa de progreso social y económico. A través de la publicidad la sociedad se adoctrinó con las bondades del individualismo exacerbado, que pretende cristalizar a través del consumismo, del “comprar, usar, desechar”. 

En la práctica de nuestro caso, la promoción de este escenario condujo a una toma de decisiones que apostó en el ámbito de la movilidad por el concepto de “movilidad motorizada” (e individualizada), siempre de la mano del fomento de los grandes centros comerciales instalados en las periferias. 

La ciudad se fue transformando a imagen y semejanza del vehículo privado y, como un fenómeno absolutamente disruptivo, descontextualizó la vida de barrio. 

Hoy, un niño suele ir acompañado a la tienda, en coche, para poder comprar una lechuga arrancada muy lejos y envuelta en plástico. Así, hemos optado por entornos urbanos energéticamente ineficientes, expansivos, al sustituir los ecosistemas naturales por un uso del suelo que tiende a impermeabilizarlo, y con una gran huella ecológica fruto de un metabolismo insostenible que explica, a gran escala, la superación de algunos limites, tanto socioeconómicos como biofísicos, que se manifiestan en la actual crisis climática, de colapso de la biodiversidad y de injusticia social.


Es evidente, por tanto, la urgencia de cambiar el enfoque del actual patrón de consumo, más afín con estilos de vida más saludables y éticos, centrado en los recursos endógenos como generadores de desarrollo, algo esencial para las zonas rurales. Para ello es necesario también abrir un proceso de diálogo sobre el cambio radical del modelo productivo, que pasa por una transición ecológica justa, basada en un fuerte desacoplamiento entre actividad económica y degradación ambiental, es decir, un modelo productivo más eficaz (atender básicamente a las necesidades reales de la sociedad), eficiente (hacerlo con menor uso de recursos, sobre todo energéticos, y una menor degradación ambiental), y equitativo, con un mejor reparto de los beneficios en la cadena de valor, generador de empleos verdes y decentes, que fomente la protección social y la resiliencia de las comunidades y los territorios más vulnerables.

El consumo de proximidad es una pieza de este círculo virtuoso, ya que permite un abastecimiento seguro y de calidad, el fomento de explotaciones pequeñas, familiares, y afines a un bajo impacto medioambiental, tal y como se pretende con el cumplimiento del ODS 12 “Garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles”. 

La crisis del COVID-19 debería enseñarnos a tomarnos en serio las amenazas, y optar cuanto antes por un modelo socioeconómico bajo en carbono donde la movilidad y el consumo recuperen su espacio con criterios de sostenibilidad y justicia social.

Carlos Morales. UGT Castilla y León.

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