Como apuntábamos en el número 3 de este suplemento, la agricultura industrial se enfrenta a numerosos problemas, todos ellos relacionados con un denominador común: la limitación de los recursos disponibles y la relación con un sistema de producción, el industrial, que toma al agricultor como un recurso más a explotar en el camino hacia la búsqueda constante del mayor beneficio económico.
Este modelo, como veíamos, no solamente lleva al límite los recursos naturales, como el agua, la tierra o el aire, sino que el agricultor, como un recurso más, es explotado hasta el límite. Las manifestaciones a las que asistimos durante estos días no son sino la consecuencia de esa forma industrializada de producir que imponen los sacrosantos mercados.
El agricultor, como la tierra, el agua o el aire, está llegando también a sus límites. Existe alternativa a esta manera de hacer las cosas. A lo largo del último cuarto del siglo pasado surgió, principalmente en latinoamérica, toda una serie de movimientos que cuestionaban el impacto que sobre el medioambiente y sobre los agricultores tiene el capitalismo extractivista cuando se aplica a la agricultura bajo el sobrenombre de “revolución verde”. Y decidieron actuar en dos vertientes esenciales: el cuidado del medioambiente y el cuidado de las personas, de los agricultores. Nacía así la agroecología.
La agroecología persigue, en consecuencia, entender el funcionamiento de los sistemas agropecuarios desde un punto de vista holístico, global, tratando de comprender todas las relaciones que se establecen entre los diferentes elementos de un sistema para entender cómo funciona y actuar conociendo los procesos que tienen lugar, sus causas y consecuencias.
Recuperar saberes y semillas
Para entendernos, mientras que en un sistema industrial si hay una plaga de pulgón se actúa aplicando un producto químico que elimina el pulgón, desde el punto de vista agroecológico se trata de entender por qué se produce esa plaga. ¿Faltan depredadores? ¿no hay plantas en el sistema que repelan a ese insecto?... Se trata en definitiva de cultivar no en contra de la naturaleza, sino entendiendo cómo funciona, para reducir los esfuerzos al mínimo. La agricultura no es una lucha, es cooperación.
La agroecología, en consecuencia, trata de recuperar muchos de los saberes tradicionales que teníamos en nuestros pueblos, las semillas autóctonas, nuestros remedios y métodos, recursos todos ellos que la agricultura industrial se ha esforzado en hacernos olvidar para crear una clientela cautiva y dependiente.
Este nuevo enfoque de la agricultura tuvo su bautismo de fuego durante la década de los 90 en Cuba, un país con una agricultura fuertemente mecanizada y dependiente de insumos en forma de fertilizantes, pesticidas y petróleo, suministrados todos ellos por el bloque comunista. Con la caída del Este y el bloqueo norteamericano, Cuba puso en marcha un ambicioso programa de reforma agraria basada en los principios de la agroecología, una experiencia que no solamente le permitió sobrevivir a una situación entonces desesperada, sino que ha servido de fuente de conocimiento para el desarrollo de la agroecología a gran escala en países como Argentina en Latinoamérica o, más cerca, en Francia.
José Antonio Alonso EEAZ
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