El agricultor siempre está pendiente de cubrir una inversión cada vez más abultada. Foto Pixabay
Hace no mucho me llegaba una conversación en la que unos agricultores de Zamora, se quejaban amargamente de que cada vez la tierra produce menos y debatían sobre qué productos o tratamientos había que aplicar para obtener el ansiado rendimiento.
Hasta aquí nos ha traído la Revolución Verde, el germen de la agricultura industrial de nuestros días, que se extendió por el mundo a mediados del siglo pasado con la promesa de terminar con el hambre y dignificar la vida de los agricultores.
¿Qué ha pasado para que tengamos que llegar a preocuparnos porque la tierra ya no produce?
Echemos la vista atrás. Para alcanzar las promesas de abundancia y felicidad de la agricultura industrial, los agricultores de aquella época tuvieron que entregar algo a cambio. Además de obligarse a adquirir maquinaria cada vez más sofisticada y potente, tuvieron que renegar de saberes que se habían ido transmitiendo de generación en generación, cambiar las semillas tradicionales adaptadas a nuestros suelos y clima por otras híbridas, de mayor producción, pero que no se reproducían. Finalmente tuvieron que comprometerse a regar sus campos con fertilizantes químicos, herbicidas y plaguicidas, el “paquete tecnológico” lo llaman, para poder hacer que esas semillas inadaptadas y estériles, pudieran ofrecer todo el rendimiento prometido. Si alguna vez esto no ocurría, era por la falta de pericia del agricultor, por no haber aplicado los tratamientos en su momento o en la cantidad adecuada, o porque el tiempo no había acompañado. Nunca se planteaba que quizá el problema fuera el propio sistema.
No se les explicó entonces que el suelo es un ecosistema vivo en el que cada elemento cumple una función. Cuando se aplican abonos minerales a la tierra, efectivamente, se le ofrece a la planta los minerales que necesita. ¿Acaso esos minerales no existían en esa tierra antes de aplicar abono químico? Claro que existían, pero eran sintetizados por todo un complejo conjunto de relaciones entre los organismos vivos que componen el suelo, organismos vivos que empiezan a desaparecer cuando se aplican sobre la tierra los abonos químicos, herbicidas y plaguicidas. Es decir, cuando un agricultor aplica abonos químicos a la tierra, al contrario de lo que piensa, está quitándole su fertilidad, de forma que las cosechas posteriores no serán viables si no aplica de nuevo los elementos químicos que necesita la planta, porque el suelo, privado ya de vida, es ya incapaz de generarlos. El agricultor se ha convertido así en químico-dependiente. Necesita su dosis de “paquete tecnológico” para poder producir.
El agricultor entra así en un círculo vicioso en el que cada año tiene que aplicar una mayor cantidad de “paquete” para obtener los resultados del año anterior. Se ha convertido en un mero consumidor de insumos (semillas, abonos, herbicidas, plaguicidas, seguros, aplicadores). Tiene asegurada una pesada carga que debe soportar año a año, con la esperanza de poder sacar al menos para cubrir la cada vez más abultada inversión.
No es extraño ver cómo los campos se abandonan. Solo los grandes propietarios, cultivando enormes superficies, pueden sobrevivir en este modelo.
José Antonio Alonso. EEAZ
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